Aquest es el blog de Climent Sabater

Aqui es on vull depositar el que vaig escrivint o he escrit al llarg del temps. El contingut dels meus escrits, es divers, pero habitualment tenen caire reivindicatiu o social



Fixau-vos que la data de publicacio, normalment, no coincideix amb la data en que es va escriure.



A MIS AMIGOS CASTELLANOPARLANTES:

Os pido un poco de paciencia, hasta que tenga
tiempo de traducir los escritos.



dimecres, 29 de març del 2017

LA MATE PORQUE ERA MIA

Aquesta es també una feina del Taller d'escriptura. Teniem que fer un relat del "génere negre" i començar per el final. Tenía que ser una história policíaca amb el desenllaç al principi. I me va sortir el perfil de un maltractador. Es una historia dura... És en castellá, per coherencia amb el títol


-          Si, la maté yo, -le dije finalmente al policía.
-          ¿Por qué? –me preguntó el agente
-          Pues, porque era mía –le contesté a bocajarro
-          Nadie es propiedad de nadie,   –me dijo levantándose de la mesa de interrogatorio.
¡Ni siquiera la mujer de uno! –grito indignado dando un puñetazo en la mesa y mirándome a cara de perro.
-          Seguid vosotros con las formalidades –dijo a un compañero mientras me daba la espalda y en voz baja continuaba:
-          Menos mal que le pillamos por ese pequeño detalle. Nos tenía bien engañados el cabrón.

- ¡Que sabrá este tío! Naturalmente que mi Carmen era mía. ¡Pero si habíamos estado toda la vida juntos! Desde que éramos niños. 25 años de casados, con nuestros más y menos, como todo el mundo, claro. Pero ella cambió. Se le estaba olvidando quien dirigía la casa, quien mandaba. Y se lo tuve que recordar de vez en cuando. Es cierto, algunas veces me pasé, se me fue la mano, pero le pedí perdón, claro. Pero, ¿Dónde estaba el problema? Es lo que hacía mi padre con mi madre: algún bofetón de vez en cuando y se acababa el problema. Alguien tiene que llevar las riendas de la casa y a los hombres nos cae toda la responsabilidad. Pero ella, con eso de que tenía más tiempo porque los niños habían crecido y se iba a tomar café alguna tarde con los amigas, le llenaron la cabeza de ideas raras. Le entraron aires modernos de esos de que en un matrimonio somos iguales y que debemos compartir las tareas y responsabilidades. Y utilizaba una palabreja rara: la equidad. Y que ella, aunque fuera mujer, “también era persona y tenía derecho a tener su vida”. ¡Y que otra vida tiene una mujer casada, que no sea su marido y sus hijos! Lo dicho, le tenían la cabeza hecho un lío. Y comenzó a criticarme por tomar algunas cervezas con los amigos o por llegar  tarde a casa algo chispado. Eso no pasaba al principio. Era una mujer modelo, sumisa y obediente, como le había enseñado mi santa suegra. Todo era muy fácil, no había problemas. Cada uno a lo suyo. Ella, la casa y los niños; yo, a preocuparme de traer el pan para mí familia. Pero es que incluso me llegó a criticar por follar. ¡Eso no! Eso no se lo permitía, era mi mujer y si yo quería sexo, lo tenía. Y si no me lo daba por las buenas, lo tomaba por las malas. Que también tenía su emoción, claro.
Pero un día llegamos a un punto muy difícil. Después de darle una buena zurra, me amenazó con denunciarme. Para seguirle la corriente, comencé a pedirle perdón con ahínco y a prometerle y jurarle que no volvería a ocurrir. Mi puesta en escena fue efectiva. Ella se calmó y a los dos días se había olvidado de la denuncia. Yo me mostré muy amable durante esa semana. Me preocupaba mucho lo de la denuncia. Me descolocó, lo admito. En 25 años, nunca me había amenazado. Pero no podía permitir que ella ganara esa partida. Era mi esposa y debía obedecerme, pero si me denunciaba me había jodido. Y comenzó a rondarme una idea por la cabeza.

-          ¿Cómo que no está lista la cena? ¿En qué estás pensando? –le dije a ella
-          He llegado tarde, lo siento –me contestó-
-          Claro. Seguramente porque has estado toda la santa tarde con tus amiguitas del copón –le contesté malhumorado-
-          Mira, que una ya es mayor de ir donde le plazca –me contestó chulescamente-
-          ¿Cómo te atreves? –le grite, después de darle su merecido-
-          Jódete, cabrón –me contestó llorando y tocándose la mejilla donde le había dado el bofetón, mientras corría hacia la habitación-

Y eso fue el principio del fin. Eran las 8 de la noche. Me levanté como un resorte, hecho una furia, y fui directo a la habitación, que ella había cerrado por dentro. Con un fuerte golpe, el pestillo cedió y se abrió la puerta. Estaba sentada en el suelo, en un rincón de la habitación. La cogí por un brazo y la zurré sin piedad. No mostraba miedo. De repente, ella me volvió a insultar y me escupió, llamándome cobarde. Mi rabia se desató, la golpee más fuerte y la cortina se le cayó encima. Se me nubló la vista y comencé a enrollársela por el cuello y a darle vueltas y vueltas, hasta que dejó de respirar.
Al principio me asusté. Me senté sobre la cama, con las manos en la cara sollozando. Y así estuve un buen rato. Después de media hora me calmé, recuperé el ánimo y recordé esa idea que a veces había tenido, pensando en que podría llegar a pasar algo parecido a lo que acababa de ocurrir. Y comencé mi plan.  Deje la casa revuelta, la puerta del piso abierta, me aseguré que no me viera nadie, me cambié rápidamente y bajé al bar, por esa puerta lateral no visible desde la barra. Me metí en el cuarto de baño, cerré la puerta por dentro con el pestillo y lo inutilicé. Esperé un buen rato. Entonces comencé a dar golpes a la puerta sin decir palabra. Cuando se dieron cuenta, echaron abajo la puerta. Comencé a fingir una afonía terrible y a decir que no podía gritar ni utilizar el móvil. Que llevaba casi una hora ahí dentro. Y se lo creyeron todo. Me quedé en la barra tomando una cerveza tranquilamente, hasta que bajó el vecino del 3º a decirme que había ocurrido una desgracia muy grande en casa.
Y la policía no me podía acusar.  Tenía coartada. Aunque hubiera mis huellas en la cortina, en la habitación y en mi mujer, no había evidencia de que hubiera sido yo. Tuvo que buscar a un culpable que no encontraba. Tenían que trabajar con el móvil del robo. Vivimos en una zona con mucho drogata.
Y pasaron varias semanas. Yo seguía con mi vida normal –dentro de lo que cabe- intentando olvidar lo que había pasado. Pero un día, llamaron a la puerta. Era ese inspector que me ha encerrado. Llevaba una orden judicial. Me esposaron y me leyeron mis derechos. Intenté protestar, pero quedó claro. Habían descubierto, a través de la cámara de seguridad del BBVA que está enfrente de casa, que yo había mentido. En la grabación salía yo claramente y la hora del día fatídico.
       Y aquí estoy en la cárcel, donde me voy a pudrir. Me salió mal, es cierto,  pero tenía que intentarlo. Yo ya había perdido a mi Carmen. ¡Joder! Pero es que no podía permitir que se saliera con la suya.                                       



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