Aquest es el blog de Climent Sabater

Aqui es on vull depositar el que vaig escrivint o he escrit al llarg del temps. El contingut dels meus escrits, es divers, pero habitualment tenen caire reivindicatiu o social



Fixau-vos que la data de publicacio, normalment, no coincideix amb la data en que es va escriure.



A MIS AMIGOS CASTELLANOPARLANTES:

Os pido un poco de paciencia, hasta que tenga
tiempo de traducir los escritos.



dilluns, 21 de novembre del 2016

EL PERIODISTA TRISTE

Aquesta es la darrera feina del Taller de Escriptura, pero te una característica especial: es el preambul de la meva primera novela. Estic decidit a desenvolupar aquest personatge imaginari, sobre bases históriques, que explicará els dramátics episodis visquts a Persia, a mitjan segle XIX. Es un projecte a mig plaç, perquè necesitare molt de temps, anys, per acabar aquesta novela.



Nunca había sentido la punzada del hambre, ni el insoportable frío húmedo de su Inglaterra natal, ni le había faltado una confortable cama. Era un hombre con suficiente libertad personal para llevar una existencia tranquila y satisfactoria. Tampoco su vida sentimental le había producido vaivenes ni desasosiegos. Estaba felizmente casado con una mujer guapa e inteligente. Tenían dos hijos igualmente protegidos de todas esas cosas que hacen la vida desagradable. Procedían de familias acomodadas. William era diplomático de carrera y vivía su apogeo profesional y vital. A causa de su trabajo, era normal cambiar de residencia; vivir en diferentes países y ciudades. Como Paris, Roma o Madrid. Estaba acostumbrado, lo tenía asumido. Pero la protección habitual le seguía donde fuera que fuese; nunca se involucraba en la vida del país. Era una actitud profesional. Hasta 1850.
En la primavera de ese año, recibió el despacho oficial por el cual ascendía  en su escalafón  y se le enviaba a Persia, como cónsul en Teheran, a las órdenes directas del Embajador inglés en ese país.  
Inicialmente sorprendido, asumió su nombramiento con serenidad y buscó información sobre el antiguo imperio, su primera experiencia oriental. Se fue preparando para entrar en contacto con un sistema totalitario o incluso absolutista, cuyo monarca era casi un dios, dueño de vidas y haciendas de sus súbditos, con un sistema administrativo corrupto hasta la médula. Un país amarrado a sus tradiciones y que sentía aversión a todo lo foráneo.  La religión oficial y establecida era el islam chiita, una de las dos ramas que fragmentó la religión musulmana, en el mismo momento del fallecimiento del Profeta. Se documentó acerca de este extremo y descubrió que los creyentes chiitas estaban esperando la aparición del 12º Imam. El Imam oculto. El que daría la victoria a la verdadera religión sobre los infieles.
Su llegada al Teheran del año 1850, fue impactante. Había oído hablar de las grandes diferencias entre europeos y orientales, incluso había visto dibujos de la época sobre algunos individuos, pero nunca se hubiera imaginado cómo era aquello. Le recibió un bullicio constante de hombres, todos con barba abundante, en general malolientes, vestidos de forma idéntica, con una especie de capa o túnica que les cubría del cuello a los talones, calzando una especie de babuchas de piel y sólo diferenciados por el tipo de sombrero o prenda que cubría su cabeza y que se correspondían con las clases sociales o religiosas imperantes. En cambio, las mujeres, eran como sombras huidizas, totalmente cubiertas de negro. Excepto las casas de los más pudientes, la mayoría vivía en pobres alojamientos de adobe algo insalubres, con escasas oberturas, evitando mostrar cualquier escena íntima y, sobretodo, a las mujeres, las cuales sólo existían a nivel doméstico. Socialmente, todo eran actividades masculinas: los rezos en la mezquita, los baños públicos (algo nauseabundo, pero muy popular y tradicional), cualquier trabajo remunerado, la educación -que consistía en estudios coránicos- (y a la cual sólo tenían acceso los ricos. Así, el 90% de la población era analfabeta) y todas las actividades y cargos religiosos, políticos o jurídicos. La mujer no tenía acceso a ninguna de esas funciones.
Pero a William, todo aquello no le afectaba. Como siempre, actuaba de forma profesional. Tuvo sus primeros contactos con subalternos de la Corte del Shah, dado que no existía algo parecido a un ministerio de exteriores. Se encargaba de realizar trámites para facilitar el comercio entre ambos países. Se dio cuenta pronto de lo ardua que sería su labor, por las dificultades de idioma –pocos sabían inglés- y las abismales diferencias culturales (que incluían una corrupción institucionalizada).
Para complicar todavía más la situación, en ese momento, se vivían revueltas en muchos lugares del país a causa de las persecuciones a una secta hereje, surgida recientemente. Persecución que se había recrudecido por un fallido y ridículo atentado contra el Shah y que estaba encabezada por la madre del monarca.
Con esas premisas, el Embajador le pidió que se desplazara y visitara poblaciones donde la producción de alfombras estuviera más desarrollada. Ello implicaba dejar a su familia durante muchas semanas en la legación diplomática. No podían acompañarle. Debía viajar y tratar más directamente con los habitantes de la zona más profunda del país, solamente acompañado de su intérprete. Y su vida cambió para siempre…
Por indicaciones de empleados veteranos de la embajada, decidió trasladarse al sur del país, a la provincia de Fars y, su primera parada fue su capital, Shiraz, la ciudad de los ruiseñores y las rosas. De los poetas y los místicos. En esa hermosa ciudad tenía que localizar a una familia de comerciantes conocida por su experiencia y honradez (algo infrecuente en ese país). Tras infructuosa búsqueda, intuyó que la revuelta tenía algo que ver con esa ciudad y con esa familia. Durante sus pesquisas, conoció a la persona que le llevaría a conocer de primera mano las atrocidades más refinadas, los suplicios más descarnados y las venganzas más salvajes infligidas a esa secta considerada hereje; su serenidad cambiaría por zozobra, su optimismo por la mayor de las tristezas, su indiferencia por entrega total. William nunca sería el mismo. Se atribuyó el papel de un periodista aficionado pero triste, y dejó constancia de que la persona humana puede protagonizar episodios de la mayor crueldad pero, también, de la mayor resistencia, valentía y amor.



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