Aquesta es la darrera feina del Taller de Escriptura, pero te una característica especial: es el preambul de la meva primera novela. Estic decidit a desenvolupar aquest personatge imaginari, sobre bases históriques, que explicará els dramátics episodis visquts a Persia, a mitjan segle XIX. Es un projecte a mig plaç, perquè necesitare molt de temps, anys, per acabar aquesta novela.
Nunca había sentido la punzada del hambre, ni el insoportable frío húmedo
de su Inglaterra natal, ni le había faltado una confortable cama. Era un hombre
con suficiente libertad personal para llevar una existencia tranquila y satisfactoria.
Tampoco su vida sentimental le había producido vaivenes ni desasosiegos. Estaba
felizmente casado con una mujer guapa e inteligente. Tenían dos hijos
igualmente protegidos de todas esas cosas que hacen la vida desagradable.
Procedían de familias acomodadas. William era diplomático de carrera y vivía su
apogeo profesional y vital. A causa de su trabajo, era normal cambiar de
residencia; vivir en diferentes países y ciudades. Como Paris, Roma o Madrid. Estaba
acostumbrado, lo tenía asumido. Pero la protección habitual le seguía donde
fuera que fuese; nunca se involucraba en la vida del país. Era una actitud
profesional. Hasta 1850.
En la primavera de ese año, recibió el despacho oficial por el cual
ascendía en su escalafón y se le enviaba a Persia, como cónsul en
Teheran, a las órdenes directas del Embajador inglés en ese país.
Inicialmente sorprendido, asumió su nombramiento con serenidad y buscó
información sobre el antiguo imperio, su primera experiencia oriental. Se fue
preparando para entrar en contacto con un sistema totalitario o incluso absolutista,
cuyo monarca era casi un dios, dueño de vidas y haciendas de sus súbditos, con
un sistema administrativo corrupto hasta la médula. Un país amarrado a sus
tradiciones y que sentía aversión a todo lo foráneo. La religión oficial y establecida era el islam
chiita, una de las dos ramas que fragmentó la religión musulmana, en el mismo
momento del fallecimiento del Profeta. Se documentó acerca de este extremo y
descubrió que los creyentes chiitas estaban esperando la aparición del 12º
Imam. El Imam oculto. El que daría la victoria a la verdadera religión sobre
los infieles.
Su llegada al Teheran del año 1850, fue impactante. Había oído hablar de
las grandes diferencias entre europeos y orientales, incluso había visto
dibujos de la época sobre algunos individuos, pero nunca se hubiera imaginado
cómo era aquello. Le recibió un bullicio constante de hombres, todos con barba
abundante, en general malolientes, vestidos de forma idéntica, con una especie
de capa o túnica que les cubría del cuello a los talones, calzando una especie
de babuchas de piel y sólo diferenciados por el tipo de sombrero o prenda que
cubría su cabeza y que se correspondían con las clases sociales o religiosas
imperantes. En cambio, las mujeres, eran como sombras huidizas, totalmente cubiertas
de negro. Excepto las casas de los más pudientes, la mayoría vivía en pobres
alojamientos de adobe algo insalubres, con escasas oberturas, evitando mostrar
cualquier escena íntima y, sobretodo, a las mujeres, las cuales sólo existían a
nivel doméstico. Socialmente, todo eran actividades masculinas: los rezos en la
mezquita, los baños públicos (algo nauseabundo, pero muy popular y
tradicional), cualquier trabajo remunerado, la educación -que consistía en
estudios coránicos- (y a la cual sólo tenían acceso los ricos. Así, el 90% de
la población era analfabeta) y todas las actividades y cargos religiosos, políticos
o jurídicos. La mujer no tenía acceso a ninguna de esas funciones.
Pero a William, todo aquello no le afectaba. Como siempre, actuaba de forma
profesional. Tuvo sus primeros contactos con subalternos de la Corte del Shah,
dado que no existía algo parecido a un ministerio de exteriores. Se encargaba
de realizar trámites para facilitar el comercio entre ambos países. Se dio
cuenta pronto de lo ardua que sería su labor, por las dificultades de idioma
–pocos sabían inglés- y las abismales diferencias culturales (que incluían una
corrupción institucionalizada).
Para complicar todavía más la situación, en ese momento, se vivían
revueltas en muchos lugares del país a causa de las persecuciones a una secta
hereje, surgida recientemente. Persecución que se había recrudecido por un
fallido y ridículo atentado contra el Shah y que estaba encabezada por la madre
del monarca.
Con esas premisas, el Embajador le pidió que se desplazara y visitara
poblaciones donde la producción de alfombras estuviera más desarrollada. Ello
implicaba dejar a su familia durante muchas semanas en la legación diplomática.
No podían acompañarle. Debía viajar y tratar más directamente con los
habitantes de la zona más profunda del país, solamente acompañado de su
intérprete. Y su vida cambió para siempre…
Por indicaciones de empleados veteranos de la embajada, decidió trasladarse
al sur del país, a la provincia de Fars y, su primera parada fue su capital,
Shiraz, la ciudad de los ruiseñores y las rosas. De los poetas y los místicos. En
esa hermosa ciudad tenía que localizar a una familia de comerciantes conocida
por su experiencia y honradez (algo infrecuente en ese país). Tras infructuosa
búsqueda, intuyó que la revuelta tenía algo que ver con esa ciudad y con esa
familia. Durante sus pesquisas, conoció a la persona que le llevaría a conocer
de primera mano las atrocidades más refinadas, los suplicios más descarnados y las
venganzas más salvajes infligidas a esa secta considerada hereje; su serenidad
cambiaría por zozobra, su optimismo por la mayor de las tristezas, su
indiferencia por entrega total. William nunca sería el mismo. Se atribuyó el
papel de un periodista aficionado pero triste, y dejó constancia de que la
persona humana puede protagonizar episodios de la mayor crueldad pero, también,
de la mayor resistencia, valentía y amor.
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