Hace un par de semanas,
algunos colaboradores habituales del Diario, coincidieron –sin convenirlo
previamente- en el mismo tema: que vivimos en un mundo injusto y, en Menorca,
también.
Uno escribía sobre las
causas del incremento del consumo de drogas en Menorca, otro de que los
dirigentes políticos son “cortos de miras” y otro de los peligros de “morir de
éxito” si sólo promocionamos el turismo como sustento económico de esta isla.
Pero hay un detalle común
entre todos ellos: su consideración de situación injusta, no es lo mismo que
ilegal. Es decir, no es punible por nuestro sistema judicial, al que llamamos
de forma abstracta (la) JUSTICIA, no. Ellos no denuncian unos hechos que van
contra la Ley, pero hablan de injusticia.
¿De qué están hablando
entonces?
Pienso que de un concepto más amplio que la forma seglar de justicia.
Hablan de justicia social.
Casualmente, estos días, he podido estudiar algo las teorías de justicia
social de John Rawls (1921-2002), que dice cosas como “La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como
la verdad lo es de los sistemas de pensamiento”. “Una teoría, por muy
atractiva, elocuente y concisa que sea, tiene que ser rechazada o revisada si
no es verdadera. Igualmente, aunque las leyes e instituciones sean ordenadas y
eficientes: si son injustas han de ser reformadas o abolidas”. “Siendo las
primeras virtudes de la actividad humana, la verdad y la justicia no pueden
estar sujetas a transacciones”. Son pensamientos y argumentos contenidos en
su libro TEORIA DE LA JUSTICIA, con el cual es reconocido dentro del mundo del
pensamiento.
Rawls, desarrolla un ingenioso argumento, al que llama EL VELO DE LA
IGNORANCIA, por medio del cual, plantea una suposición: si las personas
fuéramos ignorantes de nuestra situación personal, a nivel económico y social,
de procedencia y otros, previamente al momento en el que –entre todos-
promulgáramos las leyes y normas de convivencia, éstas serían justas y
equilibradas, ya que nadie sabría si en su vida tendrá más o menos
oportunidades y, pensando de forma egoísta, haríamos leyes y normas sociales
justas (porque no sabríamos que nos va a tocar vivir: si seremos ricos o pobres
o si tendremos más o menos oportunidades en la vida). De esta forma, podríamos
evitar que los hombres nacidos en posiciones sociales diferentes tengan
diferentes expectativas de vida, determinadas, en parte, tanto por el sistema
político como por las circunstancias económicas y sociales. También podríamos
evitar que las instituciones de una sociedad, favorezcan ciertas posiciones
iniciales frente a otras. Son desigualdades especialmente profundas. No son
sólo omnipresentes, sino que afectan a los hombres y sus oportunidades iniciales de la vida y, aun
así, no pueden ser justificadas apelando nociones de mérito o desmérito,
explica Rawls.
Este último, es un punto muy importante. La mayoría de grupos sociales
defienden sus posiciones o status quo, a partir de una (supuesta) legítima
pertenencia (a veces por nacimiento) a determinado nivel social. Y muchas veces
esta pertenencia no es un mérito propio. Como tampoco es un desmérito, formar
parte de grupos sociales desfavorecidos; en todo caso, es injusto.
Ejemplos como esta teoría, dan la razón a afirmaciones como la de José
Múgica (expresidente de Uruguay), cuando está hablado de que es posible
abastecer a toda la humanidad de los medios necesarios para sobrevivir todos: “Tenemos
los conocimientos, tenemos los medios. Sólo nos falta la dirección”.
Si, además, entendemos a la justicia en general, como sinónimo de
imparcialidad, también hay que evitar los dos extremos (tan habituales hoy en
día, en la era de la información): Ni aceptar a “pies juntillas” todo lo que
dicen aquellos que saben más que nosotros, ni rechazar todo lo que va en contra de nuestras convicciones/creencias. Es
imprescindible investigar imparcialmente, para descubrir la verdad.
En un futuro cercano, tendremos muchos problemas. I no será menor el tema
de la ocupación. No habrá trabajo suficiente para todos. Ya ha quedado
demostrado, de forma irrefutable, este extremo. Aplicar la justicia social para
resolver las graves dificultades que, como especie, tendremos, puede ser una
buena salida. Claro que la justicia es intrínseca con la igualdad y va
hermanada con la libertad. Y, personalmente, creo que, además, hay que añadir
valores como la solidaridad, la cooperación, la empatía y la sinceridad
autoimpuestas.
En menos de una generación, estoy convencido, vendrán muchos cambios y
muchos problemas ahora desconocidos y, aparentemente, irresolubles. Pero mi
nieto, de 12 años, me dio una lección de esperanza y optimismo el otro día,
cuando le sugerí escribir sobre dónde y cómo se veía él dentro de 20 años. El
escribió: “Ya tendré 32 años, estaré casado y con dos hijos. Seré militar en el
paro, porque las guerras se habrán terminado”.
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